Inicio de la Novena a Santa María la Antigua: El que se humilla, será enaltecido

 Buen día, 


Comparto la Homilía de hoy



El Evangelio de este día nos sitúa en una escena aparentemente común: Jesús invitado a comer en casa de un fariseo. Allí, en un ambiente marcado por la búsqueda de honores y los mejores lugares, Jesús observa y propone una parábola que trastoca la lógica del mundo: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

No es una simple recomendación de cortesía social, es una enseñanza central del Reino de Dios: la humildad como puerta de la verdadera grandeza, la gratuidad como estilo de vida, la misericordia como criterio de relación.

Este mensaje resuena con fuerza en el inicio de la Novena a Santa María la Antigua, porque nuestra fe en Panamá nació bajo esa misma lógica: Dios eligió lo pequeño, lo escondido, lo humilde, para levantar la primera Iglesia en tierra firme de América.


Dos caminos de vida: enaltecerse o humillarse

Jesús nos confronta con dos caminos que definen la vida de todo hombre y de toda sociedad:

El camino del orgullo. “El que se enaltece será humillado.”


El orgullo busca honores, poder y reconocimientos. Es la tentación permanente de la humanidad, desde Adán y Eva hasta los grandes imperios que quisieron dominar el mundo. Pero todo orgullo termina en vacío, vergüenza y ruina espiritual.

El camino de la humildad. “El que se humilla será enaltecido.”

La verdadera grandeza no está en imponerse sobre los demás, sino en ponerse a su servicio. La humildad es la fortaleza de quien confía en Dios.


María es el modelo perfecto de este segundo camino: no buscó privilegios, solo se reconoció como “la esclava del Señor” (Lc 1,38). Precisamente por esa pequeñez, Dios la exaltó como Madre de su Hijo y Reina del cielo y de la tierra.


*La Virgen de Sevilla y el origen de nuestra fe*

La advocación de Santa María la Antigua tiene su raíz en la Catedral de Sevilla, donde desde el siglo XIV se veneraba una antigua imagen mariana en una capilla lateral. Allí, en la gran sede andaluza, resonaba la devoción que acompañaría a los navegantes y conquistadores al Nuevo Mundo.

Cuando Martín Fernández de Enciso y Vasco Núñez de Balboa fundaron en 1510 la ciudad de Santa María la Antigua del Darién, quisieron dedicarla a esa Virgen sevillana, cumpliendo una promesa hecha en España. De este modo, la devoción cruzó el Atlántico: Sevilla fue la madre que transmitió a Panamá la semilla de la fe.


La Iglesia de Sevilla y  la Iglesia de Panamá quedaron unidas espiritualmente desde el inicio. Así como Sevilla fue la puerta de salida hacia América, también fue la fuente de la advocación mariana que dio identidad a la primera diócesis en tierra firme.


*Fundación de la primera diócesis en tierra firme*

El 9 de septiembre de 1513, el Papa León X, mediante la bula Pastoralis Officii Debitum, erigió la Diócesis de Santa María la Antigua del Darién, primera diócesis en tierra firme del continente. El primer obispo fue fray Juan de Quevedo, O.F.M., quien llegó en 1514 acompañando a Pedrarias Dávila.

Este hecho histórico tiene un profundo significado espiritual: así como María fue elegida en la pequeñez de Nazaret, también Darién, un lugar humilde y olvidado a los ojos del mundo, fue elegido para ser cuna de la Iglesia en el continente.

Lo que parecía insignificante se convirtió en semilla fecunda. Desde aquella pequeña diócesis, la Iglesia comenzó a extenderse por toda América, llevando consigo la luz del Evangelio y la protección de Santa María la Antigua.




*Una sola diócesis, tres sedes*

La historia de nuestra Iglesia se puede resumir en una frase clave: una sola diócesis, tres sedes.

*1513* – Darién (Urabá). Fundación de la diócesis bajo el título de Santa María la Antigua.

*1524* – Panamá la Vieja. Traslado de la sede por fray Vicente de Peraza, debido al declive del Darién.

*1673* – Casco Antiguo. Tras la destrucción de Panamá la Vieja por Henry Morgan, la sede se trasladó a la nueva ciudad fundada en el sitio que hoy conocemos como Casco Antiguo.


A pesar de los traslados, nunca hubo varias diócesis: siempre ha sido una sola, con continuidad institucional y espiritual. Se trasladaron las bulas, los sellos, las reliquias, las insignias: lo visible y lo invisible de la fe.


Así, la Iglesia panameña nos enseña que la fidelidad no depende de los lugares, sino de la permanencia en la misión que Dios confía.


*El banquete del Reino y la misión de la Iglesia*


Jesús añade un matiz esencial: el banquete del Reino no se limita a los amigos o a quienes pueden devolver el favor. El verdadero banquete abre la puerta a los pobres, cojos, ciegos y lisiados.


*_Esto tiene consecuencias concretas para nosotros_*:


Una Iglesia que excluye deja de ser fiel al Evangelio.

Una patria que olvida a los pobres pierde su alma.


María lo proclama en su Magníficat: “Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” (Lc 1,52). Y Panamá, bajo su protección, está llamado a vivir este programa: ser una nación que ponga a los últimos en el centro, que cuide de los débiles, que viva en justicia y en paz.


*Enseñanzas para Panamá hoy*


A la luz del Evangelio, de la historia y de la relación Sevilla–Panamá, podemos señalar algunas enseñanzas actuales:

Humildad como identidad. La primera diócesis nació en el Darién, en la pequeñez. Nuestra identidad no se sostiene en el poder, sino en la gracia de Dios.

Unidad en la diversidad. Sevilla y Panamá quedaron unidas por la fe y la devoción a la Antigua. Hoy estamos llamados a vivir como hermanos en medio de nuestra diversidad cultural, étnica y social.

Preferencia por los pobres. El banquete del Reino nos exige abrir nuestras mesas a migrantes, enfermos, jóvenes sin oportunidades, familias en crisis.

Esperanza en la resurrección. Lo sembrado en humildad será cosechado en gloria. María, elevada al cielo, es garantía de esa promesa.


*María, pedagoga de la humildad*


María nos enseña tres actitudes fundamentales:

*_Disponibilidad_*: “Hágase en mí según tu palabra.”

Servicio: corrió a ayudar a Isabel.

Alabanza: su Magníficat reconoce que todo es gracia.

En un mundo que busca reconocimientos, María nos invita a ocupar los últimos puestos del servicio, de la solidaridad sencilla, de la entrega silenciosa.


*El banquete de Santa María la Antigua*

Nuestra novena es un banquete espiritual abierto a todos. Este banquete se vive en:

La Eucaristía, centro de nuestra fe.

La comunidad, donde nadie sobra.

La misión, que nos impulsa a invitar a quienes aún no conocen a Cristo.

Así como Sevilla trajo la devoción al Darién y Panamá la hizo suya, hoy estamos llamados a prolongar esa misión: abrir nuestras puertas y mesas a todos los hijos de Dios.

Al iniciar esta novena, damos gracias a Dios por el don de la fe recibida desde Sevilla y encarnada en nuestra tierra panameña. Recordamos con gratitud que somos una sola diócesis con tres sedes, signo de continuidad, fidelidad y esperanza.

Que la humildad de María inspire nuestra vida personal y nacional.

Que la unidad entre Sevilla y Panamá nos recuerde que la Iglesia es siempre comunión más allá de fronteras.

Que la opción por los pobres y la esperanza en la resurrección guíen nuestro caminar.

Santa María la Antigua, Madre y Patrona, enséñanos a vivir en humildad, a permanecer unidos y a abrir nuestras puertas a los pobres del Reino. 


*Amén*



📍 Esta versión ya integra la relación Sevilla–Panamá, la continuidad de una sola diócesis con tres sedes, y el mensaje del Evangelio aplicado a la identidad nacional y eclesial.




¿Quieres que además prepare un mapa visual esquemático (tipo gráfico: Sevilla → Darién → Panamá la Vieja → Casco Antiguo) para usarlo como apoyo en la novena o en catequesis?



Su servidor,


+ José Domingo Ulloa Mendieta, O.S.A.

Arzobispo Metropolitano de Panamá

Monseñor Ulloa, la novena se pondrá después de la comunión, son 3 minutos, para que lo considere en los tiempos.



Homilía – Inicio de la Novena a Santa María la Antigua

“El que se humilla será enaltecido” (Lc 14, 1.7-14)


Queridos hermanos y hermanas en la fe:

Hoy nos reunimos con profunda alegría y con un corazón agradecido al Señor para dar inicio a la Novena en honor a Santa María la Antigua, Madre y Patrona de Panamá. Esta novena no es una tradición más, no es un rito vacío ni repetitivo: es un camino espiritual que nos prepara para contemplar, con ojos nuevos, el lugar que la Virgen María ocupa en nuestra vida personal, en nuestra historia nacional y en nuestra Iglesia que, con gozo, celebramos como la primera diócesis en tierra firme de América. Este dato histórico no es un mero orgullo, es una misión que nos compromete y nos envía a todos nosotros.

El Evangelio que ilumina nuestra historia

La Palabra de Dios proclamada este día nos sitúa en un ambiente cotidiano de los tiempos de Jesús quien es invitado a la mesa de un fariseo.  Él observa cómo los invitados buscaban los primeros puestos, los lugares de honor, y aprovecha esa ocasión para proclamar una enseñanza que rompe los esquemas humanos. “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. No se trata de una simple lección de etiqueta o de buenas costumbres; es una enseñanza fundamental del Reino de Dios.

Este mensaje adquiere un significado especial cuando lo ponemos en relación con la historia de nuestra Iglesia panameña. Desde sus orígenes, nuestra fe nació en la pequeñez, en la periferia del mundo de entonces. No fue en una gran capital ni en los centros de poder donde Dios decidió plantar la semilla de la primera diócesis en tierra firme, sino en Darién, un lugar que muchos no conocían y que estaba en el olvido, pero que se convirtió en cuna de la Iglesia en todo el continente. Esto nos recuerda que los planes de Dios no siguen la lógica del poder humano, sino la lógica de la humildad y el servicio.

María, modelo de humildad y servicio

En este camino de humildad, María se presenta como la pedagoga por excelencia. Ella, que fue saludada como “llena de gracia”, no buscó privilegios ni honores, sino que se reconoció como “la esclava del Señor”. En su pequeñez, Dios la exaltó como Madre de su Hijo y Reina del cielo y de la tierra. Ella encarna de manera perfecta esa enseñanza de Jesús, quien se humilla, será enaltecido. En María se cumple la lógica del Reino. Su vida fue disponibilidad, servicio y alabanza. Disponibilidad al decir “hágase en mí según tu palabra”; servicio al correr presurosa a ayudar a su prima Isabel.

El Evangelio también nos recuerda que el banquete del Reino está abierto a los pobres, a los cojos, ciegos y lisiados. Es un llamado fuerte para nuestra Iglesia y para nuestra patria. Una Iglesia que excluye deja de ser fiel al Evangelio; una patria que olvida a los pobres pierde su alma. María lo canta en su Magníficat: “Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. Bajo su protección, Panamá debe esforzarse por ser una nación justa, fraterna e inclusiva, donde los últimos sean los primeros.

Por eso, hermanos, iniciar esta novena en su honor es dejarnos enseñar por ella, es aprender a mirar nuestra historia nacional y eclesial desde la perspectiva de la fe, es reconocer que la fuerza de Panamá no está en sus riquezas materiales ni en sus centros financieros, sino en la fe humilde de su pueblo que, generación tras generación, ha encontrado en María un refugio y una intercesora poderosa.

El vínculo entre Sevilla y Panamá: raíces marianas de nuestra identidad

La advocación de Santa María la Antigua tiene un origen concreto y profundamente simbólico en la Catedral de Sevilla. Allí, desde el siglo XIV, se veneraba una antigua imagen de María que acompañaba a navegantes y exploradores. Fue en ese contexto que Martín Fernández de Enciso y Vasco Núñez de Balboa fundaron en 1510 la ciudad de Santa María la Antigua del Darién, quisieron dedicarla a esa Virgen sevillana, cumpliendo una promesa hecha en España. De este modo, la devoción cruzó el Atlántico. De ese modo, Sevilla se convirtió en madre espiritual de Panamá, transmitiendo no solo una devoción, sino una identidad mariana que ha marcado nuestra historia desde sus cimientos.

Este vínculo histórico y espiritual entre Sevilla y Panamá no es un simple dato para los libros. Es un testimonio vivo de cómo la fe se transmite y se encarna en los pueblos. Sevilla fue la puerta hacia América, y desde allí se envió no solo hombres y barcos, sino también símbolos de fe, imágenes, advocaciones y, sobre todo, una confianza en María como compañera de camino. Panamá, al recibir esa devoción, la hizo suya y la encarnó en su propio suelo, desarrollando un amor mariano que ha acompañado a nuestro pueblo desde el inicio. Por eso, cuando decimos que Panamá es la primera diócesis en tierra firme, también decimos que el amor a María se desarrolló en nuestro suelo desde el principio de nuestra historia cristiana y se extendió a todo el continente.

Primera diócesis en tierra firme: un don y una responsabilidad

El 9 de septiembre de 1513, el Papa León X erigió, mediante la bula Pastoralis Officii Debitum, creó la Diócesis de Santa María la Antigua del Darién, la primera en tierra firme del continente. Fray Juan de Quevedo fue designado como su primer obispo. Este hecho es, sin duda, un motivo de orgullo, pero también de compromiso. Panamá no es simplemente un país más en el mapa eclesial; es la cuna de la Iglesia en tierra firme. Esta primacía no nos coloca por encima de otros, sino que nos hace responsables de ser testimonio de fe, de justicia y de esperanza para el continente entero.

Al celebrar este año, 512 años de esa fundación y 100 años de nuestra elevación a Arquidiócesis Metropolitana, no podemos olvidar que somos herederos de un legado de fe que exige continuidad y fidelidad. No basta con hacer memoria agradecida, hay que asumir con responsabilidad nuestra misión. La Iglesia en Panamá está llamada a ser referencia de unidad, de justicia, de opción preferencial por los pobres, y de fidelidad al Evangelio en medio de los desafíos actuales.

Una sola diócesis, tres sedes: signo de continuidad

Nuestra historia eclesial de los inicios de la Iglesia puede resumirse en una frase: una sola diócesis, tres sedes. Primero en Darién, luego en Panamá la Vieja y, finalmente, en el Casco Antiguo. Cada traslado respondió a circunstancias históricas concretas; el declive del Darién, la destrucción de Panamá la Vieja, la fundación de la nueva ciudad. Pero en todo momento, la diócesis siguió siendo la misma, con continuidad institucional, espiritual y pastoral. No hubo ruptura, sino fidelidad.

Esto nos enseña que la Iglesia no se sostiene en los lugares, sino en la misión. Podemos perder templos, podemos ver caer estructuras, pero lo que nunca se pierde es la fe del pueblo que sostiene la misión. En Panamá, esa fidelidad se ha mantenido durante más de cinco siglos, y hoy se nos invita a renovarla con alegría y compromiso.

El banquete del Reino: un proyecto de justicia y solidaridad

El Evangelio de hoy también nos recuerda que el banquete del Reino no está reservado a los poderosos, sino que abre las puertas a los pobres, a los enfermos, a los marginados. Esto tiene consecuencias muy concretas para nuestra Iglesia y para nuestra patria. Una Iglesia que excluye deja de ser fiel al Evangelio; una nación que olvida a los pobres pierde su alma. Bajo el amparo de Santa María la Antigua, Panamá está llamada a ser un país donde los últimos estén en el centro, donde la justicia no sea un privilegio de pocos, sino el derecho de todos.

Enseñanzas para nuestra realidad nacional

Queridos hermanos, nuestra historia y el Evangelio nos interpelan en este momento concreto de la vida nacional. Panamá vive hoy tensiones sociales, desigualdades económicas, crisis de confianza en las instituciones, heridas de corrupción y exclusión. No podemos ser indiferentes. Ser la primera diócesis en tierra firme significa también ser profetas de esperanza en medio de esas dificultades. El mensaje de humildad y servicio de María debe traducirse en acciones concretas de solidaridad, de justicia y de fraternidad.

Hoy debemos preguntarnos: ¿cómo estamos construyendo nuestra nación? ¿Estamos buscando los primeros puestos de poder y privilegio, o nos estamos poniendo al servicio del bien común? ¿Estamos reproduciendo un modelo de exclusión o estamos abriendo la mesa a los más pobres? La novena a Santa María la Antigua debe ser también un examen de conciencia nacional.

María, pedagoga de la esperanza para Panamá

María nos enseña la disponibilidad para acoger el plan de Dios, el servicio sencillo y generoso hacia los demás, y la alabanza que reconoce que todo es don y gracia. Panamá necesita hoy aprender esas tres actitudes. Necesitamos disponibilidad para abrir caminos de diálogo y reconciliación; servicio para atender a los más vulnerables, a los migrantes, a los jóvenes sin oportunidades; alabanza para reconocer que, a pesar de nuestras crisis, Dios no nos abandona.

Queridos hermanos, al iniciar esta novena recordamos con gratitud que somos la primera diócesis en tierra firme, primada de América, con 512 años de historia y 100 años de vida como Arquidiócesis Metropolitana. Bajo el amparo de Santa María la Antigua, queremos seguir caminando como Iglesia humilde, unida y comprometida con los pobres.

Pidamos a la Virgen que interceda por nuestro pueblo, que nos ayude a ser fieles al Evangelio, que nos enseñe a vivir en humildad y a construir una nación más justa, solidaria y fraterna. Que ella, que fue exaltada por su pequeñez, nos inspire a vivir no buscando los primeros puestos, sino sirviendo a los demás con amor. Y que este año jubilar sea para Panamá un tiempo de renovación espiritual, de reconciliación nacional y de esperanza activa.

Santa María la Antigua, Madre y Patrona, acompáñanos, intercede por nosotros y enséñanos a vivir con la humildad y la confianza de los hijos de Dios. Amén.



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