Homilía para el Domingo XXV del Tiempo Ordinario
“No podéis servir a Dios y al dinero”
Jubileo de los Administradores de Justicia
1. Introducción: una parábola que desconcierta
El evangelio que hoy escuchamos nos sitúa en una escena paradójica. Jesús narra la parábola de un administrador que, al ser descubierto en su deshonestidad, sabe que será despedido. Y en vez de arrepentirse, utiliza su astucia para asegurarse el futuro, rebajando las deudas de los acreedores de su amo. Lo sorprendente es que el señor lo alaba, no por su corrupción, sino por su sagacidad.
El mensaje final de Jesús nos sacude cuando dice: “Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”. Con estas palabras, nos invita a reflexionar profundamente y añade tres enseñanzas fundamentales que iluminan nuestro caminar de fe. La primera es la importancia de la fidelidad en lo pequeño, porque es allí donde se forja la confianza para lo grande. La segunda es la imposibilidad de servir a dos señores, recordándonos que el corazón dividido nunca encuentra paz. Y la tercera es una elección radical que no admite medias tintas: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Estas enseñanzas nos llaman a vivir con coherencia, poniendo a Dios en el centro de nuestra vida y confiando plenamente en Él.
Hoy, al meditar estas palabras, nos encontramos también en un contexto particular: el jubileo de los administradores de justicia. Qué providencial que este evangelio resuene precisamente en un momento en que jueces, magistrados y servidores del derecho se reúnen para dar gracias a Dios por su vocación y pedir luz para su misión.
2. El corazón de la parábola
La parábola no aprueba el fraude. Jesús jamás ensalzaría la mentira. Lo que pone en evidencia es la capacidad del administrador de reaccionar con rapidez y creatividad ante una crisis. Si los hombres del mundo son capaces de tanta sagacidad para asegurar su porvenir temporal, ¡cuánto más deberían los hijos de la luz poner inteligencia y creatividad al servicio del Reino!
El núcleo de la enseñanza es claro: la vida cristiana requiere coherencia, fidelidad y discernimiento. No se puede jugar a dos bandos. No se puede vivir con un corazón dividido entre el dinero y Dios, entre la idolatría de lo material y la verdadera libertad del espíritu.
3. La fidelidad en lo pequeño
Jesús dice: “El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar”. La justicia comienza en las cosas pequeñas. La honradez no se improvisa en grandes decisiones, sino que se cultiva en los actos de cada día. Se cultiva, por ejemplo, cuando alguien devuelve lo que no le pertenece, aunque nadie lo vea. También cuando un juez decide conforme a la ley y la conciencia, aunque eso suponga críticas o incomodidades. Se manifiesta igualmente en el padre o la madre que cumplen con su deber, aun cuando no reciban reconocimiento. Y se hace visible cuando un funcionario rechaza el soborno, aunque sea tentador.
La vida, en definitiva, nos prepara en lo cotidiano para ser fieles en lo trascendente.
4. Servir a un solo Señor
“Ningún siervo puede servir a dos amos”. En la vida pública y privada vemos cómo la división del corazón causa fracturas profundas. Intentar agradar al poder y a la conciencia, a la vez, es insostenible. El evangelio lo denuncia con radicalidad: cuando el dinero se convierte en amo, exige culto absoluto y deja a Dios relegado. Por eso, este texto es un llamado a purificar motivaciones: ¿por qué actuamos?, ¿a quién queremos agradar?, ¿dónde ponemos nuestra confianza?
5. No podéis servir a Dios y al dinero
Ésta es quizás una de las afirmaciones más duras de Jesús. No se trata de condenar el uso del dinero, que es necesario para vivir y organizar la sociedad. El problema es cuando el dinero se absolutiza, se idolatra, se convierte en criterio último de las decisiones. Allí el corazón humano se degrada, la justicia se distorsiona y el tejido social se corrompe.
6. Aplicación al hoy: la justicia
Hermanos hoy el evangelio resuena con especial fuerza en un mundo donde la corrupción, la inequidad y la idolatría del dinero son pan de cada día.
La vida pública
Los pueblos claman por justicia. En demasiadas ocasiones, intereses económicos y políticos se imponen al bien común. El evangelio de hoy nos recuerda que no vale la pena sacrificar la conciencia por beneficios pasajeros.
La economía
El amo de la parábola parece comprender que perder algo de dinero no destruye la vida. En cambio, cuando la avaricia domina, todo se sacrifica por la ganancia. Necesitamos un modelo económico que ponga en el centro a la persona humana, no al lucro desmedido
La familia
La honestidad empieza en casa. Cuando enseñamos a los hijos que el “juega vivo” es aceptable, les estamos transmitiendo un germen de corrupción. Pero cuando mostramos con el ejemplo que la verdad y la rectitud valen más que la trampa, formamos ciudadanos íntegros.
La Iglesia
La comunidad cristiana está llamada a ser un signo de transparencia. No basta proclamar la Palabra: hay que administrar con rectitud los bienes, cuidar la justicia en los procesos internos y dar testimonio de coherencia.
7. El jubileo de los administradores de justicia
En este contexto celebramos y oramos hoy el jubileo de jueces, magistrados, fiscales, defensores y de todo el personal que administra justicia. Su misión es altísima, porque el derecho no es solamente un oficio técnico: es un servicio al bien común. Quien administra justicia participa del mismo corazón de Dios, que es justo y misericordioso.
Ser juez es ser servidor de la verdad. En un mundo donde las voces se compran y la conciencia muchas veces se quiere acallar, el juez está llamado a escuchar únicamente a la ley y a la conciencia iluminada, buscando siempre lo que es justo y verdadero.
Ser magistrado es custodiar la equidad. La equidad es la balanza que garantiza que todos reciban lo que corresponde, y cuando las presiones externas intentan doblar esa balanza, los magistrados deben mantenerla firme, recordando que su deber es con la justicia y con la sociedad entera.
Ser administrador de justicia es también un acto profético. Es anunciar y recordar, con hechos y decisiones, que nadie está por encima de la ley, que la dignidad de cada persona es inviolable y que la corrupción no tiene la última palabra. Ejercer la justicia en fidelidad es dar testimonio de que en medio de un mundo herido y tentado por la injusticia, siempre se puede abrir camino a la verdad, a la equidad y a la paz.
Hoy, al celebrar su jubileo, oramos para que Dios les conceda sabiduría, fortaleza y valentía. Porque su misión no es fácil: exige muchas veces nadar contra corriente, renunciar a privilegios, soportar incomprensiones. Pero es también un camino de santidad.
8. Un llamado a todos
No basta con mirar a los jueces. La justicia no es solo responsabilidad de quienes administran la ley en los tribunales, sino una tarea de todos, en cada realidad concreta de la vida. Todos estamos llamados a practicarla con fidelidad y coherencia en nuestros propios ambientes.
La ejerce el empresario cuando paga salarios justos y reconoce en cada trabajador la dignidad que merece por su esfuerzo y dedicación. La vive el maestro cuando evalúa con equidad, tratando a cada alumno con imparcialidad y respeto, ayudando a que todos tengan las mismas oportunidades de crecer. La cumple el político cuando legisla para el bien común, cuando pone por delante el bienestar de la sociedad y no intereses personales o de grupos particulares.
La pone en práctica el ciudadano cuando cumple con sus deberes, cuando respeta las normas de convivencia y aporta con honestidad a la construcción de una sociedad más justa. Y la testimonia el cristiano cuando vive en la verdad y la coherencia, cuando sus palabras y sus acciones van de la mano, mostrando que la fe se hace vida y se traduce en obras concretas.
Así comprendemos que la justicia no se limita a un cargo o una profesión, sino que es un compromiso de todos. Cada uno, desde el lugar en el que está, puede y debe contribuir para que el bien, la verdad y la equidad prevalezcan en nuestra sociedad.
La justicia no es exclusiva de los tribunales: es tarea de todos los bautizados, porque refleja la santidad de Dios.
9. Astutos para el Reino
Jesús nos invita hoy a ser astutos, pero no para el mal, sino para el bien. A poner la inteligencia y la creatividad al servicio de la justicia y del Evangelio.
El mundo necesita cristianos lúcidos, coherentes, valientes. Hombres y mujeres que no se dejen comprar por el dinero ni seducir por el poder, sino que sirvan únicamente a Dios.
Que este jubileo de los administradores de justicia sea un signo de esperanza para nuestra patria: que, en medio de tantas tentaciones de corrupción y fraude, haya quienes se mantengan fieles a su vocación, honrando a Dios con su rectitud.
10. Oración final
Señor Jesús, Tú que eres la Verdad y la Justicia,
bendice a todos los que hoy celebran su jubileo en la administración de justicia.
Concédeles un corazón íntegro, una conciencia recta, y la valentía de defender siempre la verdad, aunque cueste.
Haznos a todos responsables en el uso de los bienes de este mundo, fieles en lo pequeño y en lo grande, para que sirvamos solo a Ti, y construyamos una sociedad más justa, donde reine la paz y la fraternidad.
Amén
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