Homilía: Jornada Mundial de los Pobres 2025


Queridos hermanos y hermanas:

Venimos de días intensos en la vida de la Iglesia. Hemos celebrado la fiesta de Todos los Santos, y hemos recordado a los que nos han precedido en el camino de la fe. Hemos orado por nuestros difuntos, por quienes ya descansan en los brazos de la misericordia.

Y, al mismo tiempo, en nuestra patria panameña estamos viviendo días de gratitud y reflexión, al conmemorar un nuevo aniversario de nuestra independencia. Noviembre, mes de la Patria, nos invita a mirar con orgullo nuestras raíces, a honrar a los hombres y mujeres que con valentía soñaron un país libre, justo y solidario, y a renovar nuestro compromiso cristiano con el bien común.

La fe y la patria se entrelazan en estos días: ambas nos llaman a cuidar la herencia recibida, a ser artesanos de unidad, a construir una nación donde la dignidad de cada persona sea respetada y la esperanza no se apague. Celebrar la patria, desde la fe, es reconocer que el amor a Dios se expresa también en el amor a nuestra tierra y a su gente.




Y hoy, en esta Jornada Mundial de los Pobres, el Evangelio vuelve a colocarnos frente a la verdad más incómoda y más bella: Jesús se identifica con el hambriento, con el sediento, con el enfermo, con el migrante, con el preso, con el abandonado (cf. Mt 25). No dice “estoy como ellos”; dice: soy yo. “Todo lo que hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis.”

No hay escapatoria ni interpretación piadosa que suavice esto. El Evangelio no es un adorno. No es incienso. No es emoción bonita al calor de un canto. El Evangelio es carne, historia, herida, sangre, pan compartido, mano tendida.

Últimamente escucho decir que en el mundo hay un resurgir de la fe. Pero me permito dudar cuando lo que más crece es una espiritualidad intimista, que emociona, que hace llorar, que levanta las manos… pero que no mueve los pies, ni las manos, ni el corazón para ir hacia el hermano.

La fe que no se hace compromiso es un eco vacío. La fe de Jesús se encarna. La fe de Jesús se contagia en la calle. La fe de Jesús abre el bolsillo, abre la casa, abre el tiempo, abre la vida.  Si la FE no toca el bolsillo, si no nos incomoda, si no nos descentra, si no nos hace salir, no es fe. Es autoayuda disfrazada de religión.

Jesús no se quedó en el templo; se fue a la periferia. Él tocó al leproso, se acercó al marginado, caminó con los últimos.




*2. La realidad que interpela nuestra fe*

En nuestra ciudad —bella, moderna y pujante— late también una herida que no podemos ignorar. Detrás de los rascacielos y las luces, conviven varios “Panamá”: el de la pobreza extrema de nuestros pueblos indígenas, el de la pobreza silenciosa de los campos, y el de la pobreza urbana y marginal que se esconde en los barrios de la capital.

Más de 800 personas viven hoy en situación de calle en los 26 corregimientos de la ciudad, y muchos más sobreviven entre la indigencia, la soledad, las adicciones y el abandono.

Esta realidad no puede dejarnos indiferentes. Nos interpela, nos sacude, nos llama a volver al corazón del Evangelio. No basta con dar asistencia o aliviar momentáneamente el dolor: es necesario acompañar, rescatar, rehabilitar y reinsertar, ayudando a cada hermano a reencontrarse con su dignidad de hijo de Dios.

No podemos celebrar la fe si cerramos los ojos ante el sufrimiento de quienes viven a nuestro lado. No podemos decir que seguimos a Cristo si no lo reconocemos en el rostro de los que hoy claman desde las calles, los hospitales, los albergues, las cárceles o las fronteras.

Allí está Él, esperándonos, extendiendo su mano herida para recordarnos que la fe no se mide por las palabras, sino por la capacidad de amar y de hacernos prójimos.

 


*3. Una Iglesia que acompaña y sirve*

Con su luz y sus sombras la iglesia de Panamá ha querido vivir el evangelio con obras concretas, sostenidas con la fe, la oración y la generosidad de muchos fieles, y estar  presente allí donde la pobreza duele, donde nadie más llega, donde solo el amor puede levantar.

🕯️ *_Hogares y obras de esperanza_*

• El Hogar San Juan Pablo II, verdadero faro de esperanza en el corazón de la capital, acoge y rehabilita a hombres y mujeres de la calle.

• La Fundación Senderos, de inspiración católica, ofrece un alimento diario a más de 850 beneficiarios entre niños y adultos en indigencia, con siete centros en Kuna Nega, Pacora, Las Garzas, Curundú y Santa Ana.

Además, cuenta con dos dormitorios transitorios con 85 camas en Santa Ana y San Francisco para quienes no tienen un techo donde descansar.

Este diciembre celebran 10 años de servicio, inaugurando un nuevo proyecto en el Instituto Oncológico, donde ofrecerán una comida diaria a 50 pacientes y familiares de escasos recursos.

🕊️ *_Migrantes, enfermos y marginados_*

• El Hogar Luisa abre sus puertas a migrantes y familias desplazadas.

• La Casa Hogar El Buen Samaritano brinda atención y ternura a personas con VIH/SIDA sin recursos ni apoyo familiar.



🍞 *_Alimentación solidaria_*

• El Comedor Solidario Santa María del Camino reparte cada día esperanza en forma de alimento caliente, y en solo tres años ha servido más de dos millones de platos de comida.

• La Orden de Malta y numerosas comunidades religiosas multiplican panes y sonrisas allí donde la pobreza hiere con más fuerza.


👧 *_Hogares para niños, adolescentes y mujeres_*

• Hogar de la Infancia, San José de Malambo, Divina Gracia, Divino Niño, María Guadalupe, María Reina, Rosa Virginia, Residencia Medalla Milagrosa, Centro María Berenice, entre otros, son espacios donde la niñez y la juventud reciben cariño, educación y oportunidades.


👩🏫 *_Educación y formación_*

• Centro de Formación de la Mujer, La Anunciación, Nuestra Señora de la Merced, COEFAM, Hogar María Auxiliadora, Juana María Condesa, Federico José Humbert Azcárraga, Chapala, e IPER, ofrecen capacitación, educación y acompañamiento integral.


👵 *_Amor a los adultos mayores_*

• Hogar San Pedro Nolasco, Hogar Bolívar, Hogar San José y Hogar Luz y Vida Kottone, son oasis donde nuestros mayores pueden vivir con dignidad y afecto.

Y como signo de continuidad en el amor, el próximo año abrirá sus puertas la Casa de Día Rosario Salineros de Gago, cariñosamente llamada “la guardería para adultos mayores”, en Ciudad Radial: un nuevo espacio de encuentro, cuidado y ternura para nuestros mayores.



*3. Gracias a la ayuda de todos*

Todas estas obras son posibles gracias a la ayuda de muchos corazones generosos.

Porque la Iglesia no es un edificio ni una institución: la Iglesia eres tú. Eres tú, cuando compartes tu pan; eres tú, cuando oras por el que sufre; eres tú, cuando visitas al enfermo, consuelas al anciano o ayudas a un joven a levantarse.

Gracias a ti, la Iglesia puede seguir siendo hogar, escuela, hospital y taller de esperanza. Cada voluntario, cada benefactor, cada comunidad parroquial que ofrece su tiempo o sus recursos, hace que el amor de Cristo siga multiplicandos milagros en esta tierra bendita.


*4. De la asistencia a la transformación*

Jesús no solo curó heridas, sino que transformó las causas del dolor. La caridad no puede quedarse en la limosna; debe ser compromiso, justicia, promoción humana. Como enseña el Papa Francisco: “La caridad no puede ser una limosna que humilla, sino un amor que dignifica.”

Nuestro compromiso como Iglesia es dar pan y dar palabra, alimentar y liberar, acoger y empoderar. Porque el amor cristiano no se conforma con aliviar: busca transformar la historia desde dentro.


*5. Restaurar la esperanza*

La pobreza más dolorosa no es la falta de pan, sino la falta de esperanza.

Y allí, la Iglesia tiene su misión más bella: sembrar esperanza en los corazones rotos. Por eso cada gesto de ternura, cada palabra de consuelo, cada sonrisa compartida es un pequeño milagro que dice: Dios no te ha olvidado.

Esta Jornada Mundial de los Pobres, nos recuerda que: La Iglesia no es solo el sacerdote, ni el templo, ni las instituciones… ¡la Iglesia eres tú! Y gracias a tu ayuda, a tu compromiso y a tu fe, la Iglesia en Panamá alimenta, cura, educa, acoge y transforma.

Cada plato servido, cada cama ofrecida, cada niño rescatado, cada anciano acompañado es una victoria del amor sobre la indiferencia.

Que esta Jornada Mundial de los Pobres renueve nuestra mirada y nos haga una Iglesia pobre para los pobres, como soñó el Papa Francisco: una Iglesia que no solo ayuda, sino que abraza, acompaña y se deja evangelizar por los que sufren. Porque donde hay amor, hay dignidad. Y donde hay dignidad, allí está Dios.


*Llamado al cese de la violencia: un clamor por la dignidad humana*

*_“Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9)_*.





Hermanos y hermanas de Panamá:


Nos duele profundamente lo que estamos viviendo. La violencia nos golpea sin piedad y se ha convertido en una llaga abierta en el corazón del país. Cada vida arrebatada, cada joven perdido, cada familia que llora en silencio es un grito que clama al cielo. No podemos permanecer indiferentes. No podemos acostumbrarnos a convivir con el miedo ni aceptar que la muerte y el odio marquen nuestro destino.


Es tiempo de reaccionar. Panamá necesita despertar. No basta con lamentar; hay que actuar. Todos —autoridades, familias, escuelas, iglesias, medios de comunicación, empresarios y ciudadanos— tenemos una parte de responsabilidad. La violencia no se vence con discursos ni culpas, sino con decisiones valientes, con justicia, con amor concreto y con el compromiso de sanar el tejido social herido.


Las autoridades deben actuar con firmeza y transparencia; la sociedad, con solidaridad y respeto; la Iglesia, con profecía y esperanza; y las familias, con amor, diálogo y ejemplo. Solo así podremos reconstruir el alma del país.


Que este dolor nos mueva a unirnos, no a dividirnos; a sembrar esperanza donde otros siembran miedo; y a defender con fuerza la dignidad de toda vida humana.


*Basta ya de muerte. Basta ya de indiferencia.*


Amén

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