Te Deum: Unidos en Acción de Gracias, llamados a la esperanza





Hermanos y hermanas en Cristo,

Autoridades civiles, religiosas y diplomáticas,

Pueblo de Dios que peregrina en Panamá:

De acuerdo con una tradición hermosa y profundamente arraigada, las puertas de esta Iglesia Catedral, la primera en tierra firme, se abren nuevamente para acoger a los hijos e hijas de esta Nación. Hoy, encabezados por quienes tienen la noble tarea de guiar nuestros destinos, nos congregamos para elevar una plegaria. Venimos a entonar el Te Deum, nuestro canto de Acción de Gracias al Padre Dios, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, al conmemorar los 122 años de vida independiente y soberana de nuestra República.

Comenzar las festividades patrias poniendo a Panamá en las manos de Dios no es un acto de evasión o una abdicación de nuestra responsabilidad. Es, por el contrario, el reconocimiento humilde y certero de que solo haciendo la historia junto a Él, interpretando sus designios de amor y justicia, podremos ser auténticos protagonistas en la construcción de un reino de paz y bienestar en esta tierra que nos ha sido confiada.






*A LA LUZ DEL EVANGELIO DE LUCAS*


El Evangelio de Lucas nos presenta hoy a un pueblo que, lleno de expectación, se acerca a Juan el Bautista con una pregunta que atraviesa los siglos: “¿Qué tenemos que hacer?” (Lc 3,10).

Esa misma pregunta ha de resonar en el corazón de todo panameño creyente cada vez que mira su historia y su presente. Juan no responde con discursos complicados, sino con gestos concretos de justicia y solidaridad: compartir con quien no tiene, actuar con honestidad, evitar la violencia y contentarse con lo justo. Es la misma conversión que necesita nuestra patria: transformar la fe en obras, la esperanza en compromiso, y el amor a Dios en servicio al prójimo.

Esa es también la invitación que el Evangelio hace hoy a Panamá: preguntarnos, en este nuevo aniversario de nuestra independencia, qué debemos hacer para que nuestra libertad sea verdadera, nuestra justicia auténtica y nuestra fraternidad duradera. Celebrar la patria a la luz del Evangelio es renovar el deseo de construir un país donde cada panameño viva con dignidad, donde el poder sea servicio, la fe se traduzca en obras, y la esperanza se convierta en compromiso concreto.





*PANAMÁ, UN MOSAICO DE FE Y ESPERANZA*

En este encuentro nos acompañan —como ya es una feliz y significativa tradición— las diversas comunidades de fe que enriquecen nuestro suelo patrio. Celebrar juntos esta efeméride no es solo un símbolo, es una profesión viva de esperanza: la certeza de que la unidad es posible en medio de nuestra maravillosa diversidad.

Panamá, ese puente del mundo bendecido por Dios, tiene una vocación divina: ser signo de encuentro y fraternidad. En cada oración, en cada gesto solidario que nace en medio de la adversidad, en cada diálogo sincero, se hace visible el sueño de un pueblo que, a pesar de todo, cree firmemente que la paz, la justicia y el amor son los únicos caminos que conducen a la reconciliación verdadera.

Hoy alzamos la voz para dar gracias porque en esta tierra, donde confluyen tantas historias y rostros, resplandece una misma vocación: ser la casa abierta donde todos los hijos de Dios, sin exclusión, encuentren un lugar en la mesa de la fraternidad.

Esta unidad no es una quimera. Se forjó con el esfuerzo común de hombres y mujeres de distintas razas y credos —criollos, afrodescendientes, pueblos originarios, chinos, antillanos, europeos— que unieron sus manos y sus esperanzas alrededor de un sueño común: una patria libre y soberana. Ese mismo espíritu se manifestó en la época de la construcción del Canal, cuando decenas de nacionalidades demostraron que la cooperación, puesta al servicio de un ideal común, es capaz de mover montañas y unir océanos.

Esa llama de amor patrio ardió con fuerza en el heroísmo del 9 de enero de 1964, cuando la sangre generosa de jóvenes valientes regó la semilla de la dignidad nacional y abrió el camino irreversible hacia los Tratados Torrijos-Carter y nuestra plena soberanía. Esa misma sed de libertad inspiró la recuperación de la democracia tras los años de dictadura. La voz del pueblo, sostenida por la fe y la esperanza, logró restaurar el orden constitucional en 1989, (donde muchos de los aquí presentes participamos) recordándonos que la democracia no se hereda, que es una planta frágil que debemos regar cada día con participación, verdad y justicia.

El ciclo se completó un 31 de diciembre de 1999, cuando el Canal de Panamá pasó a nuestras manos para administrarlo no como un botín, sino como un sagrado símbolo de servicio, unidad y orgullo nacional. En esos gestos sencillos y luminosos, Panamá reafirma su vocación de ser puente del mundo y corazón del universo: un hogar donde la fe, en todas sus voces, canta al unísono la esperanza.





*UN LLAMADO A LA CONVERSIÓN DEL CORAZÓN*

Recordar a los hombres y mujeres que forjaron nuestra independencia no es mirar al pasado con nostalgia y mucho menos con malquerencia, sino descubrir en ellos un espejo del futuro que todavía podemos construir.

Algunos son recordados como fundadores, que en el fondo fueron soñadores valientes:

*_José Agustín Arango_*, con visión cívica y sentido de justicia, quien supo que la libertad debía ser instrumento del bien común.

*_Manuel Amador Guerrero_*, médico y político, comprendió que la independencia sería vana sin educación, salud y moral pública.

*_Belisario Porras_*, estadista y reformador, nos enseñó que “el poder sin moral es tiranía y la libertad sin virtud es anarquía”.

Y *_María Ossa de Amador_*, al confeccionar la bandera con manos de madre, convirtió un trozo de tela en símbolo de amor y esperanza.




Junto a ellos brillan también nombres como *_Justo Arosemena_*, “Padre de la Nacionalidad”, quien soñó con una república cimentada en la educación, la justicia social y la participación ciudadana; y *_Amelia Denis de Icaza_*, poetisa que transformó el dolor de la pérdida en canto de amor por la tierra istmeña.

Y sabemos que hubo muchos más, anónimos, *_gente del pueblo, del arrabal_*, quienes estuvieron dispuestos a ofrendar la vida a cambio de la libertad de la nación que tanto amaban, y por la que aún se espera.

Todos ellos tenían claro que la independencia no se lograría plenamente con la ruptura política, sino con la madurez moral del pueblo. Soñaron con una patria libre y creyente, donde el poder fuera servicio, la libertad responsabilidad y la fe inspiración.


*CONSTRUYAMOS JUNTOS LA PATRIA DE LA ESPERANZA*

Soñar, hoy, no es evadir la realidad. Es la forma más valiente de comprometerse con ella. Panamá necesita, urgentemente, hombres y mujeres que vuelvan a soñar, que se atrevan a creer que un país mejor es posible.

Pensemos que nuestros próceres no imaginaron un país de privilegios, sino de oportunidades; para qué fundar un país para la riqueza de unos pocos, sino con la dignidad de todos; debemos convencernos de que no quisieron una patria sin alma, sino una nación con valores, con fe y esperanza.

Por eso cada generación debe emprender su propio 3 de noviembre. Es la hora de decidir entre la indiferencia y el compromiso, entre el “sálvese quien pueda” y la solidaridad que levanta, entre la corrupción que todo lo envenena y la honradez que todo lo construye.

Y en esta tarea, la juventud es la heredera natural de este sueño. Panamá los necesita: su talento, su energía fresca, su mirada crítica y su corazón limpio.

José Dolores Moscote lo expresó con sabiduría: “Una nación que descuida la educación de sus hijos se suicida lentamente”. Hoy, los jóvenes panameños están llamados a renovar ese sueño. Cada joven que estudia con empeño, que trabaja con honestidad, que sirve a su comunidad y que vive su fe con autenticidad, es una bandera viva de esperanza para la Nación.

 




 

*EDUCAR PARA AMAR: LA PATRIA COMO CASA COMÚN*

Educar en el amor a la Patria es la tarea más urgente. Es formar el corazón para entender que Panamá no es una abstracción, es nuestra casa común, un don de Dios que debemos cuidar y hacer crecer.

1.     Se educa con el ejemplo: Los niños y jóvenes aprenden a amar lo que ven que los adultos respetan y sirven. El servidor público honesto, el maestro dedicado, el padre de familia que cumple con su deber, son los mejores maestros de patriotismo.

2.     Se educa con la memoria: Recordar de dónde venimos, nuestras gestas y nuestros héroes, nos da identidad y nos empuja a escribir nuestro propio capítulo de grandeza.

3.     Se educa con la participación: Enseñemos a no ser espectadores de los problemas, sino actores de las soluciones. Desde el aula hasta la comunidad, cada uno tiene un don para aportar.

4.     Se educa con valores: La honestidad, el respeto, la solidaridad y la justicia son el alma de la Patria. Cuando estos valores se viven, la bandera ondea no solo en los mástiles, sino en cada acto de nuestra vida.


*HEREDAR EL SUEÑO, VIVIR LA MISIÓN*

El futuro de Panamá no se improvisa. Se sueña con esperanza, se construye con honradez incansable y se vive con un amor que se dona.

Como cantó el poeta Ricardo Miró, voz profunda del alma nacional:

_“Yo no tengo riquezas ni oro, solo tengo el fulgor de mi bandera; y en mi pecho, un amor que nunca muere por esta tierra mía, tan pequeña y tan bella.”_

Que ese amor, sencillo y profundo, sea el motor de nuestro renacer. Y que las palabras de Amelia Denis de Icaza sigan siendo la plegaria de nuestro compromiso:

_“Yo te amo, patria mía, como se quiere al sol por su luz pura, como se quiere al bien por su hermosura, como se adora a Dios por su bondad.”_

Que el Dios de la Vida, que nos ha regalado esta Patria bendita, nos conceda la gracia de amarla con hechos, de servirle con fidelidad y de trabajar incansablemente para que sea, cada día más, un verdadero Puente del Mundo y Corazón del Universo, cimentado en su Amor.

¡Que viva Panamá! Tierra de promesa, casa de todos y faro de esperanza. 


Amén.

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